Monje restaurador de la Orden de San Jerónimo
“SI VIVO, CREO QUE VERÉ RESTAURADA LA ORDEN JERÓNIMA, OBJETO DE TODOS MIS SUEÑOS; Y SI MUERO, SERÉ MÁRTIR POR CRISTO, QUE ES MÁS DE LO QUE PODRÍA SOÑAR”.
Manuel Sanz Domínguez nació en Sotodosos (Guadalajara), el 31 de diciembre de 1887. Dos días después fue bautizado, en honor del santo del día, con el nombre de Silvestre, que en la Confirmación, recibida el 17 de junio de 1901, cambió por Manuel.
Sus padres, don Eduardo y doña Agustina, tuvieron otros tres hijos, dos hijas y un hijo, que falleció joven.
El Siervo de Dios manifestó desde pequeño una cierta conciencia de ser llamado al sacerdocio, por lo que fue encomendado a los cuidados de un tío suyo sacerdote, Don Fermín Domínguez, pero siendo aún muchacho comenzó a trabajar como empleado de los ferrocarriles y, tras diversos destinos, terminó en Madrid.
En 1918 abandonó los ferrocarriles y comenzó una nueva experiencia profesional como empleado de banco, llegando a desempeñar enseguida cargos de mediana responsabilidad. Dirigido espiritual del jesuita San José Mª Rubio, destacó en Madrid como apóstol seglar.
En este último periodo entró en contacto con las religiosas de la Concepción Jerónima de Madrid y comenzó a dedicar sus energías a la restauración de la rama masculina de la Orden de los Monjes Jerónimos, desaparecida por completo a causa de las desamortizaciones emprendidas en España y Portugal en los años 1834-1836.
Animado por las monjas, Manuel comenzó a realizar las gestiones yendo a Roma y contemplando el agrado del papa Pío XI ante el proyecto, que se hizo viable en 1925 en el monasterio Santa María del Parral de Segovia, con un pequeño grupo de jóvenes. Manuel adoptó como nombre de religión el de Fray Manuel de la Sagrada Familia.
El 10 de julio de 1927 hizo la profesión de votos simples, y el 22 de diciembre del siguiente año recibió la ordenación sacerdotal. Los votos solemnes los emitirá el 10 de diciembre de 1930.
En este año enferma de estómago y los médicos le aconsejan un periodo de recuperación lejos de la vida monacal. En Madrid encontrará atención médica y acogida en el ámbito familiar, sin dejar por ello de estar en contacto con sus monjes del Parral.
Pero la II República vino casi a fulminar todas las ilusiones, más aún cuando al clima de anticlericalismo se unieron la actitud vacilante de algunos eclesiásticos ante el proyecto jerónimo: se pensó entonces seriamente en el traslado de la Comunidad, incluso a Irlanda.
El Alzamiento Nacional del 18 de julio sorprendió al P. Manuel en Madrid, donde los milicianos rojos lograron detenerle el 5 de octubre, por ser religioso y sacerdote. Era consciente de lo que podía ocurrirle (pues conocía que le buscaban) y sabía bien lo que le esperaba; afrontó la situación con admirable entereza y con gran paz, como lo reflejan las palabras que de su boca oyó unos días antes una monja jerónima: Suceda lo que suceda, doy gracias a Dios, porque me ha concedido un destino grande y hermoso. Si vivo, creo que veré restaurada la Orden Jerónima, objeto de todos mis sueños; y si muero, seré mártir por Cristo, que es más de lo que podría soñar”.
Estuvo preso en una comisaría madrileña y luego en la Dirección General de Seguridad, pero finalmente fue llevado a la Cárcel Modelo y sacado de ésta entre
Los días 6 y 8 de octubre fue fusilado en Paracuellos del Jarama (Madrid), donde se le enterró en una fosa común. Como “la sangre de mártires es semilla de cristianos”, según dijera Tertuliano, después de la guerra la Orden de San Jerónimo conoció una nueva fase de restauración con jóvenes vocaciones.