CONSTITUCIONES

ORDEN DE SAN JERÓNIMO

INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN: Naturaleza, fines y medios de la O.S.H.

  1. Después de un duro aprendizaje en el desierto, donde meditando día y noche en la ley del Señor (Ps 1,2), profundiza en el conocimiento de Cristo y descubre el valor de la oración, de la penitencia y del trabajo para la purificación y santificación del hombre, Jerónimo inicia su vida monástica en Roma, pero la vive plenamente en Belén, donde instituye un género de vida celestial.
  2. Su espíritu se transmite a través del tiempo y, a impulso del Espíritu Santo, surgen en España grupos de ermitaños que profesan especial devoción y tiene un gran deseo de imitar a aquel varón y santo doctor: “Buscaban desiertos, dejaban dignidades deseaban imitarle en la penitencia, aquella gana de huir del mundo, el deseo de la contemplación divina, ansia de las divinas alabanzas” y ejercicio de la hospitalidad.
  3. Estos ermitaños, entre los que destacan Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez de Figueroa, guiados de más sano consejo y fortalecidos por mejor propósito, consideran que sería más provechoso atarse con los vínculos de alguna regla aprobada y sujetarse al mandato de un superior para que, abatiendo espontáneamente la cerviz al yugo del Señor, ser más libres para la justicia por el holocausto de la obediencia, y deciden cambiar la vida eremítica por la cenobítica. Gregorio XI concede esta gracia, les otorga la Regla de San Agustín, les permite que puedan lícitamente hacer constituciones que no discrepen del derecho o de la regla mencionada, y que puedan llamarse hermanos o ermitaños de San Jerónimo.
  4. Los monjes de la Orden de San Jerónimo formamos, pues, una comunidad de bautizados que, conscientes del deber de caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad, movidos del Espíritu, según las enseñanzas y ejemplos de San Jerónimo, bajo la guía de la Iglesia y en comunión de una misma gracia, vivimos unidos en el amor total consagrado a Cristo, en la caridad mutua y en el celo por la salvación de todos los hombres, decididos a corresponder fiel e íntegramente al llamamiento de Cristo de abandonarlo todo por seguirle más de cerca como a lo único necesario (Lc 10,42), para vivir más conforme al Evangelio, sobre todo en los rasgos de la castidad consagrada, de la pobreza voluntaria y de la obediencia redentora del Salvador, entregados a la contemplación en el monte, para tomar parte en la misión de orar que Cristo asumió en su vida terrestre y que prosigue en el cielo (cfr. Hebr 7,25)
  5. De esta manera, por la profesión de los consejos evangélicos y vacando sólo a Dios, somos en la Iglesia un signo que puede y debe atraer eficazmente a los fieles a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana y a los no cristianos para acercarlos a ella; a la vez que en nombre de todos los cristianos y de todos los hombres, con la ofrenda de nuestro ser y de nuestra vida, elevamos nuestras voces al Padre en un continuo himno de adoración, de alabanza y de acción de gracias, encomendamos las grandes intenciones de la Iglesia, “aplacamos la ira de Dios contra los pecados del mundo” y ayudamos a que se dilate el Pueblo de Dios con misteriosa fecundidad apostólica, cooperando espiritualmente para que la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en el Señor y se ordene a él, no sea que trabajen en vano quienes la edifican.
  6. Para mejor alcanzar estos fines vivimos en soledad y silencio, en asidua oración y animosa penitencia, consagrados íntegramente al culto divino y con una dedicación preferente a la Liturgia y a la Sagrada Escritura, alimentos substanciales de que se nutre nuestra contemplación, el sublime conocimiento de Cristo (Fil 3,8) el amor fraterno a los miembros del Cuerpo místico, el espíritu filial para con los pastores, el sentido de Iglesia y los vínculos de caridad entre nosotros; bajo la mirada maternal de la Virgen María que, a su vez, es modelo y maestra de nuestra vida interior y compartiendo con los que vienen a nosotros, mediante la limosna y la hospitalidad, el fruto del trabajo y de la contemplación.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios -EL SANTO PROPÓSITO

  1. EL SANTO PROPOSITO
  2. El divino Maestro y modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida de la que él es iniciador y consumador: “Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). De consiguiente todos los bautizados estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana, de suerte que cada uno debemos caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad, según los dones y funciones que nos son propios.
  3. Entre las vocaciones que tienden a la perfección de la vida de la gracia se da la llamada a la vida monástica y contemplativa, que consiste en la profesión de los comúnmente llamados consejos evangélicos y en el compromiso respecto a la vida comunitaria, a la oración asidua, a la soledad y silencio, y a la animosa penitencia
  4. 1) Muertos al pecado y consagrados a Dios por el bautismo, mediante la profesión monástica de los consejos evangélicos pretendemos expresar con la mayor plenitud posible y vivir con la máxima intensidad la consagración bautismal, y librarnos de los impedimentos que podrían apartarnos del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino, y así buscar ante todo y únicamente a Dios
  5. Por el acto de la profesión monástica, mediante la emisión de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, quedamos consagrados a Dios e incorporados a la Orden de San Jerónimo, con el compromiso de ordenar nuestra vida según la legislación de la misma y las costumbres legítimas del propio monasterio. De suyo esta consagración es definitiva, si bien, por disposición de la Iglesia, va precedida por un periodo de tres años de votos temporales como periodo de prueba en que se manifestará más claramente la autenticidad de la vocación divina.
  6. Tanto para la validez de la profesión temporal como de la solemne es necesario cumplir los requisitos del derecho.
    (D1) 1/ Para la validez de la profesión temporal, se requiere que:
    1) el hermano haya cumplido los veinte años de edad;
    2) haya hecho válidamente el noviciado;
    3) haya sido admitido libremente por el prior con el voto deliberativo del capítulo;
    4) la profesión sea expresa y haya sido emitida sin violencia, miedo grave o dolo;
    5) sea recibida por el prior, personalmente o por medio de otro.
    (D2) 2/ Además de las condiciones 3, 4 y 5 del parágrafo anterior, para la validez de la profesión solemne se requiere
    1) haber cumplido al menos veintitrés años;
    2) la profesión temporal previa por lo menos durante un trienio, sin perjuicio de lo que prescribe el n. 24 de las Constituciones, y con la excepción del que viene de otro instituto religioso con votos perpetuos.
    (D3) 3/ Respecto a la disposición de sus bienes materiales, el profesando ha de atenerse a lo que disponen los nn. 8-11.
  7. 1) El periodo de votos temporales, que media entre el noviciado y la profesión solemne, será de tres años, si bien puede anticiparse por justa causa, pero no más de un trimestre.
    2) No obstante, si parece oportuno, el prior con el consentimiento de su consejo, puede prorrogar el tiempo de profesión temporal, pero de manera que el periodo durante el cual permanezca ligado por votos temporales no sea superior a seis años.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios -LA CASTIDAD CONSAGRADA

LA CASTIDAD CONSAGRADA

  1. Entre los múltiples consejos que el Señor nos propone en el Evangelio, destaca el precioso don de la gracia divina que el Señor nos concede (Cfr.1Cor 7,7), para que nos consagremos a sólo Dios con un corazón que, en la virginidad o en el celibato, se mantenga más fácilmente indiviso (Cfr.1Cor 7,32-35). Nuestra entrega al Señor por el voto de castidad implica la renuncia a la comunidad de amor y de vida del matrimonio, exige el dominio de nuestro corazón que ha de mantenerse indiviso, evitando todo lo que pueda impedir esta exclusividad, y nos compromete a observar continencia perfecta en el celibato
  2. Es anticipo de nuestra condición de resucitados (cfr. Mt 22,30) y signo especial de los bienes celestiales, por ser expresión de fe en el reino de los cielos. Realidad celeste que se vive ya sobre la tierra.
  3. 1) La castidad consagrada libera de modo singular nuestro corazón para que se encienda más en el amor hacia todos los hombres; siendo una entrega al Señor, nos abrimos con él a la humanidad entera.
    2) Por esta misma razón, la castidad da vida y consistencia a nuestro amor fraterno en una vida de familia; a su vez, la caridad comunitaria, hecha expresión en la buena acogida y en la mutua comprensión, nos ayuda de un modo excelente al desarrollo pleno y armónico de la castidad y a nuestro equilibrio afectivo.
    3) La amistad compatible con nuestra vida es aquella que no compromete nuestra total donación a Cristo y las exigencias de la vida comunitaria.
  4. 1) No obstante los valores positivos del matrimonio cristiano, que simboliza la unión de Cristo con su Iglesia (cfr. Ef 5,22-32), gozosamente lo sacrificamos en el voto de castidad para vivir una vida de unión más directa con Cristo.
    2) Consecuentemente, al renunciar al matrimonio no renunciamos a toda fecundidad, sino que esperamos de Dios el fruto de nuestra vida en un nivel más alto.
  5. Con nuestra renuncia libre y alegre a lo que tan legítimamente atrae y nos es tan natural, testimoniamos la trascendencia absoluta del Reino de Dios respecto de todos los valores humanos, y somos signo incomparable de una entrega total al amor de Cristo y de los hombres, que habla por sí sólo de los valores de la fe , de la esperanza y del amor.
  6. La castidad que profesamos por el reino de los cielos hemos de estimarla como un don precioso de la gracia y, como tal, vivirla confiando principalmente en el auxilio de Dios y no en nuestras propias fuerzas. Esto exige de nosotros una profunda vida de fe apoyada en la Palabra de Dios y fortalecida en la Eucaristía y en la oración íntima.
  7. Como dice San Jerónimo: El corazón humano hecho para amar es atraído por afectos encontrados. El afecto de la carne se vence por el amor del espíritu y un deseo se apaga con otro deseo. Si es verdad que la guarda de la castidad tiene su martirio, amemos a Cristo y se nos hará fácil todo lo difícil.
  8. El amor a la siempre Virgen María y el ejemplo que nos ofrece nos hace fuertes y estimula a guardar con fidelidad esta virtud.
  9. 1) Además nos son necesarias la humildad, la mortificación y la guarda de los sentidos todo lo cual nos ayuda a rechazar como por instinto espiritual cuanto pueda poner en peligro nuestra castidad.
    2) Utilicemos también con discreción aquellos medios naturales más conformes con nuestra vida, que favorecen la salud corporal y psíquica y proporcionan el dominio del cuerpo.
    3) Un trabajo serio y responsable en el que nos sintamos útiles a la comunidad es también una ayuda para la castidad.
  10. Como la observancia de la continencia perfecta afecta íntimamente a las inclinaciones más profundas de la naturaleza humana, póngase especial cuidado en la admisión y formación de los candidatos, de manera que ni abracen la profesión de la castidad ni se admitan sino después de una probación verdaderamente suficiente y con la debida madurez psicológica y afectiva.
    (D5) 1/ La formación y educación de la castidad debe hacerse no con instrucciones y normas meramente negativas -avisando sólo de los peligros que acechan-, sino que en las distintas etapas del desarrollo evolutivo y de la formación, debe instruirse de modo que se acepte la castidad consagrada voluntariamente, como un bien de toda la persona.
    (D6) 2/ En el momento de la profesión, los hermanos deben conocer debidamente las obligaciones y la dignidad del matrimonio cristiano, que simboliza el amor de Cristo y de la Iglesia (cfr. Ef.5,32); pero a su vez comprenderán la excelencia mayor de la virginidad consagrada a Cristo, de suerte que con la donación total de cuerpo y alma se entreguen al Señor tras una elección seriamente meditada y generosa.
    (D7) 3/ Los superiores, por el honor de la Iglesia y el bien mismo de los interesados, pongan especial interés en rectificar el rumbo emprendido por aquellos que se muestren psicológica y moralmente incapaces de vivir en plenitud la castidad consagrada.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - LA POBREZA VOLUNTARIA

III. LA POBREZA VOLUNTARIA

  1. Nuestra actitud ante Dios, si queremos que obre maravillas en nosotros, debe ser la de auténticos pobres de corazón, humildes servidores de sus designios conscientes de nuestra radical dependencia frente a Dios.
  2. La pobreza voluntaria nos ofrece la posibilidad de vivir más íntegramente el abandono filial en manos del Padre como ha sido vivido y predicado por Jesús y, liberándonos de los cuidados y preocupaciones de la tierra, nos hace encontrar y sentir la verdadera paz y alegría interiores, y nos dispone más fácilmente para la contemplación
  3. 1) Para responder mejor a la exigencia formulada por Cristo en la llamada al joven rico: “Ve, vende cuanto tienes…” (Mt 19,21) antes de emitir la profesión solemne, hemos de renunciar a todos los bienes. Consecuentemente perdemos la capacidad de adquirir y poseer en provecho propio y serán nulos todos los actos contrarios al voto de pobreza. Todo lo que de alguna manera podamos percibir pertenecerá a nuestra comunidad, quedando a salvo el n.252
    2) No basta con la renuncia hecha de una vez para siempre, ni con someternos a los superiores en el uso de los bienes – sin permiso de los cuales no podemos hacer ningún acto de propiedad -, sino que es menester que de hecho vivamos pobremente y actualicemos día a día esa renuncia, aspirando a contentarnos con lo estrictamente necesario
    (D8) 1/ Antes de la primera profesión haremos cesión de la administración de nuestros bienes en favor de quienes deseemos y dispondremos libremente sobre el uso y el usufructo.
    (D9) 2/ Para cambiar estas disposiciones por una causa justa y para ejecutar cualquier otro acto acerca de los bienes temporales necesitamos licencia de nuestro padre prior.
    (D10) 3/ Todo lo que adquiramos por nuestra propia industria o en razón de la comunidad o por nuestra cualidad de monjes, lo adquirimos para la comunidad.
    (D11) 4/ La renuncia a todos nuestros bienes -ya adquiridos o todavía no adquiridos, pero sobre los que puede tenerse un derecho cierto y absoluto o hipotético- de que se habla en este número de las Constituciones, ha de hacerse dentro de los sesenta días antes de la profesión solemne de manera que tenga efecto a partir del día de la profesión y en forma tal que sea válida también, si es posible, en el derecho civil.
  4. 1) Se ha de organizar la vida comunitaria con criterios de pobreza, y todos hemos de colaborar personalmente aceptando con fidelidad sus consecuencias, pues en realidad la pobreza común es la expresión y la práctica colectiva de las convicciones y de las decisiones personales.
    2) La comunidad tiene derecho a poseer lo necesario para el desarrollo normal de su vida a fin de que no andemos solícitos buscando qué comer o qué vestir (cfr. Mt 6,25) con menoscabo de nuestra atención a Dios. Evitemos, sin embargo, todo lo superfluo y toda apariencia de lujo, de lucro inmoderado y de acumulación de bienes e, incluso, aquellas cosas que son estimadas en cada tiempo y lugar como signos de riqueza. Es más, teniendo en cuenta las circunstancias de cada lugar, esforcémonos en dar testimonio colectivo de pobreza.
  5. A ejemplo de la Iglesia primitiva (cfr. Act 2,44; 4,32) cuidemos mucho la comunidad de bienes, sin la cual no se entiende la unidad de corazones y la vida común entre los que hemos aceptado vivir en familia
  6. El trabajo, de honda tradición monástica, no es solo medio normal e inmediato para subvenir a nuestras necesidades materiales, sino que también libra nuestro espíritu de peligros y ayuda a conservar el equilibrio interior. Por él, tras de cumplir el precepto divino (cfr. Gen 2,15), prestamos un servicio a la sociedad, podemos practicar la verdadera caridad y cooperamos a nuestro perfeccionamiento y al de la creación divina
  7. Además, si aceptamos el trabajo por obediencia y lo realizamos en presencia de Dios, es un poderoso instrumento santificador, que nos proporciona el ejercicio constante de virtudes, y prenda de suave y eficaz unión de la vida contemplativa con la activa, a ejemplo de la familia de Nazaret.
    (D12) Nuestro trabajo ha de ser de tal naturaleza y se he de disponer y ordenar en cuanto al tiempo, lugar, modo y forma, de manera que la vida contemplativa verdadera y sólida, ya de toda la comunidad, ya de cada uno de los monjes, no sólo quede a salvo sino que sea incesantemente alimentada y robustecida.
    51. Sabemos también que con la oblación de nuestro trabajo a Dios cumplimos con nuestro deber de la penitencia y de la expiación y nos asociamos a la propia oblación redentora de Cristo.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - LA OBEDIENCIA REDENTORA

IV-LA OBEDIENCIA REDENTORA
52. La obediencia, por la que aspiramos a no tener más voluntad que la del Padre, es una exigencia fundamental del amor que tiende a la unión de voluntades. Así la obediencia nos une a Dios y nos lleva al amor.
55. Movidos por el Espíritu Santo deseamos responder lo más perfectamente posible a la gracia del bautismo. El voto de obediencia, por el cual nos ofrecemos a Dios como holocausto en la plena entrega de la voluntad, es el instrumento privilegiado para el pleno desarrollo de esta virtud.
56. Todos los sacrificios y renuncias que la obediencia comporta son una prueba del amor más grande y una extensión de la oblación de Cristo, adquiriendo categoría de sacrificio por nosotros y por la Iglesia. El profundo sentido de la obediencia se revela en la plenitud del misterio de muerte y resurrección, en el que se realiza de una manera perfecta el destino sobrenatural del hombre.
57. También María es modelo de obediencia. Al abrazar de todo corazón la voluntad de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor (cfr. Lc 1,38) a la persona y a la obra de su Hijo, cooperando a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres.
59. 1) Queriendo Jesús continuar su obra por los hombres, es a la Iglesia, en la persona de su jerarquía, a quien tenemos que obedecer. Por eso debemos contemplar a la Iglesia con una gran fe; tenemos que amarla en su realidad encarnada como si fuera el mismo Jesús.
2) Estamos obligados a obedecer al Sumo Pontífice como a nuestro Superior Supremo, aún en virtud del voto de obediencia. Debemos también obediencia al Obispo diocesano a norma del derecho común.
(D13) En virtud del voto de obediencia estamos obligados a obedecer no sólo a los superiores de la Orden, sino también al Papa, a la Sagrada Congregación para los religiosos e Institutos seculares y al capítulo general. A los obispos debemos obediencia a norma del derecho común.
60. El consejo evangélico de obediencia, abrazado con espíritu de fe y de amor en el seguimiento de Cristo, obediente hasta la muerte, nos obliga a someter nuestra voluntad a los superiores legítimos, que hacen las veces de Dios, cuando mandan según las Constituciones.
61. Hemos de obedecer a nuestros superiores empleando las fuerzas de la inteligencia y de la voluntad, así como los dones de la naturaleza y de la gracia, en la ejecución de sus mandatos y en el cumplimiento de los cargos y oficios que se nos confíen.
62. 1) La prontitud en la obediencia no suprime la posibilidad de presentar con respeto y humildad las sugerencias, dificultades y objeciones respecto a un mandato, cuando hay motivos suficientes para pensar que el superior no ha tenido en cuenta todos los elementos de la situación. Si, no obstante, se mantiene la orden, nos someteremos a ella con la certeza acrecentada de que obedeciendo cumplimos la voluntad de Dios y nos aplicaremos con interés a lo que se nos presenta como tarea confiada por Dios mismo.
2) Desde este punto de vista, el único válido en la vida monástica, la obediencia no se opone a la razón, aun cuando prescinda de su opinión y juicio propio, porque para nosotros, iluminados por la fe, lo más razonable en el orden práctico, es siempre someternos a las exigencias de la voluntad divina interpretada por la legítima autoridad. La obediencia así entendida, lejos de menoscabar nuestra dignidad de personas, nos lleva, por la más amplia libertad de los hijos de Dios, a la madurez.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - VACANDO SOLO A DIOS

V. VACANDO SOLO A DIOS

A. Oración y contemplación.
65. Jesús, que dijo: «Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también al Padre» nos ha llamado a seguirle trabajando por su reino en una vida orientada primordialmente a la oración, a la contemplación, y así renovar permanentemente el diálogo que le unía con su Padre en sus largas horas de oración:

66. 1) La oración para el monje, además de un camino para encontrar a Dios, es un modo de descansar en Aquel que ya hemos encontrado; que nos ama y está cerca de nosotros y viene para acercarnos más a El. Rezar, leer, meditar, orar y contemplar llenen nuestra soledad y silencio con la realidad de la presencia de Dios y preparan el camino para que la acción divina ponga en juego nuestra capacidad para ser iluminados por la fe y la luz de la salvación en la contemplación amorosa de Dios.

67. La misión contemplativa mantiene siempre un puesto eminente en el cuerpo místico de Cristo; mediante ella desempeñamos nuestra función propia en favor de toda la Iglesia y aún de toda la humanidad. En su nombre satisfacemos al Señor el deber de adoración y de contemplación, de alabanza y de intercesión, a la vez que proclamamos a los ojos de todo el mundo que Dios existe, que merece ser servido y amado por sí mismo y que es fuente de toda relación de amor que los hombres quieren establecer entre sí.
68. Conscientes del carácter eminentemente contemplativo de nuestro instituto, al ordenar el modo de vida, de oración y de trabajo hemos de tener en cuenta que ante todo ha de prevalecer el valor contemplativo de nuestra vocación, sin el cual dejaríamos de cumplir nuestra función en la Iglesia.
69. La oración es nuestro deber esencial. Ya sea ésta el canto de los salmos, pura adoración, acción de gracias, oración por los pecadores, por los que sufren, por la Iglesia peregrinante y purgante, por todos los hombres nuestros hermanos: o simple adhesión de amor a Jesús, ella, al decir de San Jerónimo, debe llenar nuestros días.

71. «Cierto es – escribe San Jerónimo – que el Apóstol nos manda orar siempre (1Tes 5,17) y para los santos el sueño mismo es oración. Sin embargo, debemos tener repartidas las horas de oración y así, caso de hallarnos ocupados en algún trabajo, el tiempo mismo nos amoneste a cumplir nuestro deber».

(D14) 1/ Queden garantizados por el horario común ciertos tiempos de oración personal, de forma que al menos podamos dedicar media hora por la mañana y otra media por la tarde, por muchas ocupaciones que haya.

(D15) 2/ Dedicaremos un día al mes y siete completos al año para que en un mayor clima de soledad y silencio, intensifiquemos más los tiempos de reflexión y oración, a fin de fortalecer nuestro espíritu y continuar con nuevo vigor la marcha hacia el Señor.

B. Sagrada Escritura y Tradición.
73. El fundamento objetivo de toda contemplación cristiana lo tenemos en la divina revelación, que nos fue transmitida de palabra y por escrito a través de la sagrada Tradición y la sagrada escritura de ambos testamentos, que son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que llegue a verlo cara a cara, como El es (cfr. 1Jn 3,2).

74. Así pues, siguiendo la recomendación de San Jerónimo, » nuestras delicias sean meditar en la ley del Señor día y noche «, de forma que » nunca se aparten de nuestras manos las Divinas Escrituras «, ya que por la asidua lectura y meditación de la Biblia llegaremos al conocimiento de los misterios de Dios
75. La Palabra de Dios espera una respuesta sincera y comprometida. Pide ser recibida con respeto y fidelidad. Dios nos habla a través de los Libros sagrados. De la Escritura hemos de aprender a referir toda nuestra vida a Cristo, sacar el sentido de nuestra consagración a Dios y encontrar la razón que dirige todo nuestro obrar. Ella, además, vivifica a diario nuestra oración: la divina alabanza y la oración secreta.

76. Fomentemos entre nosotros un amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura, procurando formarnos mediante un diligente estudio orientado principalmente al mayor provecho de nuestra vida de oración.

77. 1) A fin de gustar en su misma fuente la Palabra de Dios, acudamos asiduamente a las Sagradas Escrituras, no solo en la Liturgia, sino también en la lectura privada.

2) La lectura de los Santos Padres, especialmente de San Jerónimo, y de otros autores espirituales bien seleccionados ayuda a comprender y a acoger la Palabra de Dios y a alimentar nuestra fe, pero teniendo en cuenta que, según afirma San Jerónimo, de nada nos vale la erudición de todas las cosas si no alcanzamos la ciencia de Dios.

(D16) Diariamente tendremos un tiempo de «lectivo divina» -una hora como mínimo- aprovechando los domingos y festivos para una mayor dedicación.
3) A la lectura acompañe la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues, como nos advierte San Jerónimo, a Dios oímos cuando leemos los Libros sagrados, a Dios hablamos cuando hacemos oración.

C. Sagrada Liturgia.
78. La Sagrada Liturgia es, junto con la Sagrada Escritura, alimento consustancial de que se nutre la contemplación; una ayuda preciosa para las almas en su ascensión espiritual.

79. La Liturgia, ….tiene para nosotros un valor máximo, que no puede ser sustituido por ningún otro ya que, por carisma propio, ella es la razón principal de nuestro instituto.

81. Toda ceremonia litúrgica es, no mera ceremonia, sino un verdadero encuentro vivo, en el misterio, con Cristo que se hace presente. Nos es preciso, por tanto, dejarnos llevar por ella y actuar conforme ella pide y compromete.
83. El monacato constituye en sí mismo un estado completo de profesión de los consejos evangélicos; por lo mismo el sacerdocio no pertenece a su esencia. Sin embargo, sacerdocio y vida monástica no sólo no se excluyen sino que se armonizan íntimamente. De hecho, la soledad en que nos entregamos sólo a Dios, el desprendimiento absoluto de los bienes de este mundo, la renuncia a la propia voluntad, preparan de forma especial el espíritu del sacerdote para celebrar piadosa y fervientemente el sacrificio eucarístico. Además, cuando al sacerdocio se une el pleno don de sí con que el monje se consagra a Dios, éste se configura de modo especial a Cristo, que es al mismo tiempo sacerdote y víctima.

(D17) Procuremos acercarnos cada quince días al sacramento de la penitencia. Los superiores, por su parte, traten de promover dicha frecuencia y provean para que puedan confesarse sacramentalmente incluso más a menudo.

(D18) 1/ Ordénese la vida de comunidad de tal manera que nos permita una celebración provechosa de la liturgia, cuidando que la estructura y las formas de ésta sean tales que nos faciliten la oración personal. Con este fin nos es muy conveniente una esmerada instrucción litúrgica y bíblica, principalmente acerca de los salmos, y hemos de fomentar un ambiente litúrgico favorable.
(D19) 2/ La eficacia pastoral de las celebraciones aumentará sin duda si se saben elegir, dentro de lo que cabe, los textos apropiados, lecturas, oraciones, himnos, salmos y cantos que mejor responden a las necesidades y a la preparación espiritual y modo de ser de quienes participan en el culto . Sería conveniente responsabilizar de ello a un monje o equipo de monjes, competente, que en armonía con el presidente de la celebración y bajo la dirección del padre prior, preparen las celebraciones diarias para que nada se deje a la improvisación.

87. 1) La celebración del sacrificio eucarístico del Cuerpo y la Sangre del Señor, instituido por él para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta el sacrificio de la Cruz y, por lo mismo, memorial de su muerte y resurrección, ocupa el centro de toda la liturgia así como la entera vida cristiana. Por esta razón es necesario que la misa conventual ocupe el primer lugar en importancia dentro de nuestra vida monástica.

2) En la asistencia diaria al santo sacrificio esforcémonos por vivir lo más íntimamente posible nuestra participación, ofreciéndonos a nosotros mismos juntamente con la víctima divina que ofrecemos no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él.

(D20) 1/ La misa conventual, muy convenientemente, será concelebrada como expresión, la más apropiada de la unidad del sacerdocio, del sacrificio y del pueblo de Dios. Después de la misa, todos hemos de dedicar siquiera un cuarto de hora a la acción de gracias.

(D21) 2/ El monje que esté impedido de asistir a la celebración eucarística sea solícito en alimentarse con la Eucaristía para que así se sienta también unido a la misma comunidad y sostenido por el amor de sus hermanos. Los superiores cuiden de que los enfermos y ancianos tengan facilidades para recibirla frecuentemente e incluso todos los días.

(D22) 3/ Demos especial solemnidad a la administración de la comunión como viático, que hemos de tenerla como un signo especial de participación en el misterio que se celebra en el sacrificio de la misa. Con ella al dejar esta vida fortalecidos con el Cuerpo de Cristo, recibimos la prenda de la resurrección.
(D23) 4/ Connatural a la fe en la presencia real y substancial del Señor, por ser su manifestación externa y pública, es el culto de adoración expresado bajo la forma de exposición de la Santísima Eucaristía. Esta, sea en copón sea en la custodia, nos lleva a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo y nos invita a la comunión de corazón con él. Expóngase todos los domingos y solemnidades principales de la Iglesia y de la Orden, cuidando de que en tales exposiciones el culto del Santísimo Sacramento manifieste en signos su relación con la misa.

88. 1) Al precepto del Señor: «es preciso orar sin desfallecer» (Lc 18,1), satisface la Iglesia no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente con la celebración de la Liturgia de las Horas, la cual tiene, entre las demás acciones litúrgicas, como función propiamente suya, por una tradición cristiana antigua, el que por ella sea consagrado el curso entero del día y de la noche. Y cuando nosotros, representando de modo especial a la Iglesia orante, cumplimos debidamente este admirable cántico de alabanza, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre.

2) La celebración de la Liturgia de las Horas es nuestra primordial obligación como jerónimos, de forma que a ella hemos de orientar toda nuestra manera de vida, nuestras leyes y costumbres. Por esto mismo, de acuerdo con la tradición de nuestros padres, «en cualquier monasterio de nuestra Orden sea dicho por los monjes en el coro el Oficio Divino, cantado o rezado, espaciosamente y a punto, no obstante cualquier negocio o necesidad», distribuidas las Horas de forma que, dentro de lo posible, correspondan a su tiempo natural, lo cual ayuda mucho, tanto para santificar realmente el día, como para recitar con fruto espiritual las mismas Horas.

3) Todos tenemos obligación de asistir al coro y los profesos solemnes de rezar privadamente las Horas a las que no hayan podido asistir, pues de una u otra forma es oración pública de la Iglesia. El Padre Prior puede dispensar, incluso del rezo en privado, o conmutarlo total o parcialmente, si bien ha procurar que ningún monje, excepto los enfermos, deje de rezar siquiera los Laudes y las Vísperas, quedando a salvo el derecho común respecto a aquellos que han recibido la ordenación sagrada.

(D24) Convocados a la oración litúrgica, dejadas todas las cosas (cfr. Lc.5,11.28), vayamos con presteza al coro, considerando que vamos a participar en aquel canto de alabanza que nuestro Señor Jesucristo inició en el misterio de la Encarnación y que la Iglesia continúa sin cesa.

89. El Oficio de Lectura entre nosotros tiene carácter de alabanza nocturna, a la media noche. Donde esto no pueda hacerse habitualmente, procúrese siquiera en el «día del Señor» y las solemnidades, para velar fielmente cerca de la Eucaristía, en ardiente espera del retorno del Señor, siguiendo con ello una laudable tradición jerónima, que imitaba a Cristo orando en la noche (cfr. Mt 14,23;26,39.41).

90. Dejémonos penetrar por el misterio de la santa liturgia a través del ciclo temporal y de las fiestas de los santos, armonizando con ellos nuestra oración y nuestras lecturas, ya que al revivir la Iglesia en su liturgia los misterios del Señor, cada tiempo y cada festividad lleva una gracia que le es peculiar.

91. La acción litúrgica reviste una forma más noble cuando se celebra con canto. De esta manera la oración adopta una expresión más penetrante; se llega a una más profunda unión de corazones y se pone de manifiesto de un modo más pleno y perfecto la índole comunitaria del culto cristiano. Desde la belleza de lo sagrado el espíritu se eleva más fácilmente a lo invisible y prefigura con más claridad aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos.

(D25) 1/ Se recomienda vivamente, en donde sea posible, el canto de la Liturgia de las Horas, como algo que responde mejor a la naturaleza de esta oración; como algo que dimana de lo profundo del espíritu de los que oramos y alabamos a Dios. Donde no pueda realizarse decorosamente la celebración íntegra con canto, es muy conveniente que al menos se haga los domingos y días festivos, sobre todo en los Laudes matutinos y las Vísperas, que son como quicios de todo el Oficio divino. También puede adoptarse a veces con provecho el principio de la solemnidad progresiva.

(D26) 2/ La misma recomendación afecta a la Eucaristía que, por ser un sacramento de la Pascua del Señor, una expectación de su venida gloriosa, pide una celebración festiva y gozosa del triunfo de Cristo, cuya expresión natural es el canto.

(D27) 3/ 1) En igualdad de circunstancias hemos de preferir el canto gregoriano. Los demás géneros de música sacra podemos emplearlos con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica y a nuestro carácter monástico y contemplativo, y siempre que sus composiciones y letras estén aprobadas por la autoridad competente.

(D28) 2) Debido a la importancia que el canto ocupa en nuestros coros, se hace necesario que haya periódicamente clase de canto dirigida por profesor competente.

(D29) 4/ Cuidemos con especial interés y celo que las cosas destinadas al culto sagrado: edificios, mobiliario, vestiduras y objetos, sean en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales.

92. 1) Veneremos con amor filial a la Madre del Señor, la Virgen María, a la que nuestros mayores invocaron siempre como a singularísima Patrona, viendo en ella un modelo perfecto de vida contemplativa, silenciosa y oculta.

2) Estas mismas razones nos llevan a fomentar entre nosotros, con generosidad, la devoción y el culto a María, particularmente el litúrgico, y a estimar en mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella recomendadas por la Iglesia en el decurso de los siglos, recordando siempre que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.

(D30) Es muy recomendable el rezo diario del Santo Rosario ya en privado ya en comunidad. A la antífona mariana después de Completas, que siempre debe cantarse, asistirán incluso los que por algún motivo estuvieren dispensados de coro. El sábado, día especialmente dedicado a María, cantaremos las letanías lauretanas, con la mayor solemnidad posible.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - EN SOLEDAD Y SILENCIO

VI. EN SOLEDAD Y SILENCIO.

93. Por imperativo de nuestra vocación venimos a la soledad, esencial al monacato, para darnos a la búsqueda exclusiva de Dios. La Sagrada Escritura nos invita a esta soledad mostrándonos cómo los desiertos y los montes retirados fueron escogidos por Dios para mostrar a los hombres sus secretos; lugares estos donde el cielo y la tierra parecen casi encontrarse; donde merced a la presencia de Cristo, el mundo deja de ser tierra árida para volverse paraíso.

94. El hombre, imagen de Dios Trino y Uno, por su naturaleza es un ser sociable. La soledad en nuestra vida no contradice esta ley, antes bien nos ayuda a observarla más profundamente: por encima de cualquier otra sociedad, estamos llamados a vivir en comunión con Dios. Este anhelo de Dios que sentimos en lo más íntimo de nuestro ser y, sobre todo, una especial atracción del Espíritu, es lo que nos lleva a alejarnos de todo lo que nos pueda distraer de Él y a separarnos del mundo para vivir centrados en el Absoluto y en lo radical del Evangelio.

95. Hemos de armonizar las exigencias de la soledad con las de la sociedad en que vivimos. Frecuentemente será difícil y delicado resolver a base de prescripciones concretas y detalladas. La prudencia, la formación, la sinceridad y el buen espíritu del superior y del monje será lo que dé en cada caso con la solución adecuada.
96. El monasterio ha de estar en lugar suficientemente solitario, de suerte que facilite por sí mismo el recogimiento, el silencio, la oración contemplativa.

97. 1) En cada monasterio se ha de establecer la clausura de forma que se extienda a toda la casa habitada por la comunidad, con los huertos y jardines cuyo acceso se reserve a los monjes, pero excluidos el templo público con la sacristía contigua y las salas de visitas o locutorios, los cuales, en cuanto sea posible, deben estar cerca de la puerta del monasterio.

(D31) El claustro, durante las procesiones, queda libre de la ley de clausura siempre que se garanticen los demás lugares sometidos a ella.

2) Compete al prior, con el consentimiento del capítulo, señalar cuidadosamente y, en su caso, modificar por causas bien ponderadas los límites de la clausura, que han de indicarse visiblemente.

3) Consecuentemente, en nuestra clausura, bajo ningún pretexto se admitirán mujeres, cualquiera que sea su edad, clase o condición exceptuadas las esposas, con su séquito, de los que a la sazón ejercen la soberanía de la nación, autonomía o gobiernos provinciales y aquellas que por razón de su profesión u oficio sea imprescindible su entrada.

4) Las mismas entradas de varones en el recinto del monasterio sujeto a la clausura han de evitarse lo más posible, cuidando además que con ellas no sufran menoscabo la paz y el silencio.

5) Por idénticas razones, nuestra condición de monjes nos obliga a no salir sino por motivos seriamente justificados. Aún en estos casos nuestra vocación continúa exigiéndonos, en la medida de lo posible, la soledad exterior e interior.

(D32) 1/ Las salidas de los hermanos y las entradas de las personas ajenas al monasterio deben ser autorizadas por el prior.

(D33) 2/ Cuando el monje va a algún lugar donde hay monasterio de la Orden, si lo contrario no es más conveniente, alójese y permanezca en él todo el tiempo que no necesite para el objeto que ha motivado su salida. Si tuviere que pernoctar fuera del monasterio, precise licencia del padre prior oído el parecer de su consejo.

(D34) 3/ Para dar lugar a un legítimo descanso -en sustitución de la antigua costumbre de “las granjas”-, el profeso solemne que lo desee puede trasladarse a otro monasterio de vida contemplativa, aunque no sea de la Orden, durante quince días. De estos días, puede destinar algunos, mientras no pasen de la semana, para estar con sus familiares.

98. Para salvaguardar mejor la vida de oración cada monje ha de tener su celda donde, fuera de los tiempos que nos ocupe la caridad o la obediencia, estemos recogidos para hablar más íntimamente con Dios en el silencio. (cfr.Mt 6,6).

(D35) Para entrar en una celda ajena si está en ella el que la habita nos es necesaria la autorización del padre prior. Estando ausente, basta el permiso del interesado o del prior. Además de la celda prioral, son exentas, para novicios y nuevos, las de sus respectivos maestros.

99. 1) El silencio, esencial para que el hombre profundice en sí mismo y en la realidad de las cosas y tome conciencia de su esencial referencia a Dios, devuelve a la palabra su peso y profundidad. En nosotros, además, consuma la obra de la soledad, pues sin silencio se puede vivir en el desierto como en medio del mundo.

2) La soledad y el silencio exteriores se ordenan al silencio interior en el que se escucha la Palabra y se percibe la llamada divina. Por eso nuestro silencio es un silencio de expectación, de diálogo, de oración, de amor.

100. 1) Es de suma importancia nuestro esfuerzo personal y colectivo para que en el monasterio, en todo tiempo y lugar -salvo las precisas limitaciones que no se pueden excusar- se mantenga un ambiente de silencio propicio a la oración.

(D36) E1 silencio hemos de observarlo de modo especial en el coro, en los claustros y durante las refecciones y el descanso; pero sobre todo hemos de cuidar el silencio nocturno, que comprende desde terminadas Completas hasta después de Laudes del día siguiente.
2) Cuando las necesidades de la vida común obliguen a hablar, evitemos todo lo que no sea preciso, pensando que no sólo nuestro silencio está en peligro, sino también el de nuestros hermanos a quienes nos dirigimos o que nos pueden oír. Tenemos el deber de respetar su silencio y su oración.

3) Ninguna norma, salvo la corrección evangélica (cfr.Mt 18,15-17), puede precisarnos por anticipado los casos en que debemos romper el silencio exterior por amor a los hermanos. Es cuestión de matices y delicadezas que hay que dejar a la gracia del Espíritu Santo, que actúa en nosotros, sin tomar como pretexto la caridad para ser infieles a nuestra vocación de silencio.

101. No obstante el testimonio de afecto que debemos a nuestros familiares y amigos, la correspondencia ha de ser sobria y las visitas restringidas, pues lo contrario no dice bien con quienes hemos buscado libremente el retiro para tratar con Dios.

(D37) 1/ Las visitas deben ser autorizadas por el padre prior.

(D38) 2/ Procuremos que por las visitas no sufra detrimento nuestro espíritu monástico ni se turbe la disciplina del monasterio ni faltemos a los actos de comunidad.

(D39) 3/ En cuanto sea posible, suspendamos la correspondencia y las visitas en tiempo de Adviento y de Cuaresma, durante los retiros y en el primer año de noviciado.

(D40) 4/ El padre prior no puede leer la correspondencia de los monjes, quienes pueden entregarle cerradas las cartas. Tratándose de profesos de votos temporales o de novicios, sí lo puede hacer, aunque normalmente procurará no hacer uso de tal derecho. Si el padre prior, por motivos razonables, cree que debe intervenir la correspondencia de algún monje, antes de proceder a ello, le hará ver al interesado los motivos que tiene. La correspondencia dirigida a la Santa Sede o a su representante en la nación, al ordinario del lugar y a los propios superiores no es necesario entregarla al prior o al que hace sus veces.

102. El uso de los medios de comunicación social, como la prensa, la radio, la televisión, y otros semejantes, ha de ser restringido para que no penetre el espíritu mundano capaz de malograr los otros intentos de favorecer la soledad y el silencio.

(D41) 1/ Las comunicaciones telefónicas debemos usarlas con discreción y han de ser breves. Es preciso un permiso general o particular del padre prior.

(D42) 2/ Los periódicos, revista y medios de comunicación social, etc. de carácter profano, si algunos se autorizan, sean debidamente seleccionados. Lo normal será que el padre prior, por sí o por otro, mantenga informados a los monjes de las noticias más importantes, en la medida que esto pueda estimular a una oración más intensa y a una mayor fidelidad en la línea de nuestra vocación.

(D43) 3/ Solamente usaremos de la radio y de la televisión para programas de carácter religioso, científico o cultural que, por su transcendencia, revistan una importancia excepcional para la humanidad.

103. Nuestra vía de oración en la soledad es un misterio de caridad y solidaridad: cargamos sobre nosotros el drama espiritual de nuestra generación, llevando a la presencia de Dios la tensión de toda la humanidad. Es más, les ofrecemos nuestra soledad y silencio en sencilla hospitalidad.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - POR UNA SENDA ESTRECHA

VII. POR UNA SENDA ESTRECHA

La penitencia, exigencia de la vida interior confirmada por la experiencia religiosa de la humanidad y objeto de un precepto especial de la revelación divina adquiere en la doctrina de Cristo y de la Iglesia dimensiones nuevas infinitamente más vastas y profundas.

105. Por la abnegación, la mortificación y la austeridad de vida alcanzamos la pureza de corazón y la libertad del alma en orden a la perfección de la caridad. Estos medios nos ayudan a desasirnos de nosotros mismos y de todas las cosas en la medida que puedan ser impedimentos para seguir de cerca a Cristo (cfr.Col 3,1-11) y para dar cauce a nuestra vocación contemplativa.

106. 1) La disposición a la penitencia normalmente corresponde al mayor o menor dolor por nuestros pecados e infidelidades, el cual, a su vez, aumenta a medida que crece el amor a Dios y al prójimo. Este espíritu de compunción lo despierta y mantiene el sentimiento de gratitud por el perdón recibido en virtud de la pasión y muerte de Cristo.

2) Al mismo tiempo, por una misión hasta cierto punto pública, unidos a Cristo nos ofrecemos e inmolamos al Padre como hostias de paz en reparación de las ofensas a Dios y para la salvación de todos, completando así en nuestra carne lo que falta a la pasión de Cristo, en provecho de su cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24).

107. María, que mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz junto a la cual, no sin designio divino, permaneció en pie (cfr.Jn 19,25) sufriendo profundamente y asociándose con entrañas de madre al sacrificio de su Unigénito, consintiendo en su inmolación, nos sirve de modelo y fortalece nuestro espíritu ante el sacrificio.

108. La constante renuncia nos anticipa al despojo total que la muerte exige a todos los hombres, para unirnos ya desde ahora a la resurrección de Cristo, a cuya plenitud estamos llamados.
109. El sufrimiento y la penitencia voluntaria y animosamente abrazados nos hacen testigos de la cruz ante un mundo que la rechaza (cfr.1Cor 1,18.23-24) por estar atraídos por los gustos y placeres de esta vida.

110. Una vida espiritual seria y fecunda se fundamenta y sostiene no solo por una dedicación fiel a la oración, sino también por una gran fidelidad a la penitencia.

111. La participación en el sacrificio eucarístico, memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, nos ayuda a vivir en un espíritu de constante austeridad, renuncia, sacrificio y mortificación.

112. Demos más importancia a la penitencia interna que a la externa, sin la cual ésta más bien dañaría por exponernos al peligro del formalismo y fariseísmo siempre en acecho.

(D45) 2/ Por distintas causas, sobre todo por razón de mortificación y pobreza, no nos está permitido el uso del tabaco. Sin embargo, corresponde al padre prior juzgar en aquellas circunstancias muy singulares en las que, por excepción, se puede tolerar.

113. El fiel y constante cumplimiento del deber, la aceptación de las dificultades provenientes de la convivencia humana, el paciente sufrimiento de las pruebas de la vida, junto con la carencia de comodidades, el silencio y la soledad, la vida de pobreza y trabajo, la compostura exterior, la vida común, las renuncias que implican los votos, las vigilias nocturnas, la observancia del coro y la misma vida de oración, hacen de nuestra vida un continuo ejercicio de penitencia, que debemos preferir a las directamente buscadas.

114. Mantengamos las penitencias tradicionales del ayuno y la abstinencia. Sin embargo, no nos carguemos con más de lo que pueden nuestras fuerzas y sigamos la recomendación de San Jerónimo: “sea tu ayuno diario y tu refección sin hartura”. Una comida parca y templada es tan provechosa al cuerpo como al alma.

(D46) 1/ E1 ayuno y la abstinencia los guardamos en los siguientes días:
1) Ayuno:
– todo el Adviento;
– toda la Cuaresma desde el 1unes antes de ceniza;
– los viernes, excepto el tiempo pascual y durante la octava de Navidad;
– las vísperas de 1as “solemnidades” de la Iglesia universal, de la OSH y del titular en su respectivo monasterio, y de las “fiestas” de la bienaventurada Virgen María.
2) Abstinencia: todos los viernes del año.
3) E1 Viernes Santo a pan y agua.
(D47) 2/ Cesan el ayuno y la abstinencia:
-los domingos;
-las “solemnidades” y “fiestas” arriba mencionadas.
(D48) 3/ Por justo motivo y de conformidad con el espíritu de la Iglesia, reflejado en el derecho común, el padre prior puede dispensar o conmutar estas penitencias por algunas obras piadosas, incluso a toda la comunidad.
(D49) 4/ En cuanto al objeto y sujeto de la ley nos regimos por el derecho común, pero ha de ser tal que, sin perjudicar a la salud, cumpla verdaderamente su cometido.

115. El tiempo de cuaresma, especialmente destinado por la Iglesia a la penitencia, nos exige una mayor dedicación no sólo a la interna e individual, sino también a la externa y social para mejor asociarnos al misterio de la pasión salvadora de Jesús y disponernos a las celebraciones pascuales.

116. Estemos atentos a las inspiraciones personales de Dios que nos muevan a un mayor espíritu de austeridad y penitencia, si bien en estas circunstancias hemos de ser prudentes y guiarnos por las normas de la discreción de espíritus.

117. Ninguno se inquiete por no poder hacer más de lo que su salud le permite. La aceptación humilde y amorosa de su propia debilidad puede ser la más despojadora de las mortificaciones. Si físicamente no pude hacer mucho, sepa que la ascesis más real es la de su propia voluntad y sus propios gustos, y en este terreno no existen límites.

118. Con el fin de fomentar el espíritu de compunción, reparar la ofensa a Dios y el daño que todo pecado y negligencia causa a la Iglesia y a la comunidad monástica, y disponernos a una más eficaz revisión de vida personal y colectiva, periódicamente celebraremos algún acto penitencial comunitario, bien a la manera del tradicional “capítulo de culpas”. Bien de cualquier otro modo que se estime más oportuno.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - CON AMOR APOSTÓLICO

  1. CON AMOR APOSTOLICO.

El Señor Jesús fundó su Iglesia como sacramento de salvación y envió a los Apóstoles al mundo entero, como también él había sido enviado por el Padre (cfr.Jn 20,21). El apostolado es, pues, una exigencia que brota de la esencia misma de la vocación cristiana y a él estamos llamados todos en razón del bautismo y de la confirmación.

164. 1) Como Cristo es la fuente y origen de todo el apostolado (cfr.Jn 15,5), cuanto más fervientemente nos unimos con él por nuestra propia donación en la vida monástica, tanto más espléndida se hace la vida de la Iglesia y más vigorosamente se fecunda su apostolado.

2) Nosotros, por la vocación recibida, contribuimos a la extensión del reino de Dios por la contemplación más que por el anuncio, en perfecta comunión con los que lo acrecientan de otro modo. Una intención directamente apostólica puede ayudar a mantener el fervor, siempre que este celo por la salvación de los demás se enraíce en un deseo de mayor unión personal con Dios.

167. 1) Con el fin de fomentar el sentido de Iglesia, que ha de ser muy vivo en toda nuestra ordenación espiritual, y así se impulse nuestro celo apostólico, debemos alimentar nuestra vida monástica en el estudio de la Eclesiología y con el conocimiento de los hechos principales que interesan a la Iglesia en cada tiempo. De esta manera más fácilmente traduciremos en oración y penitencia sus grandes causa.

2) Ante el peligro de dejarnos seducir por la falsa idea de que la Iglesia necesita vidas dedicadas a la acción, no a la contemplación, hemos de recordar y alimentar con frecuencia la idea de que nuestra vocación es plena y enteramente apostólica. La misma Iglesia, reconociendo que los institutos de vida puramente contemplativa le prestan un eminente servicio, nos dispensa de toda participación directa en los ministerios pastorales a pesar de las necesidades de las almas y de la penuria del clero diocesano que pueda existir.

(D85) 1/ Atienda a los huéspedes un monje idóneo que se distinga por su observancia y espíritu monástico. Los demás sólo nos relacionaremos con ellos previo permiso del padre prior.

(D86) 2/ Cuidemos que por la presencia de los huéspedes no disminuya la soledad y el silencio ni se turbe el orden del monasterio. El padre prior con su consejo determine el máximo de huéspedes que convenga recibir y el tiempo de permanencia.

(D87) 3/ Sean recibidos y atendidos, cualquiera que sea su condición religiosa, social y económica, con sumo respeto y caridad, viendo en ellos al mismo Cristo (cf. Mt.25,34-40). En cuanto buenamente pueda ser no se exija pensión alguna por su estancia: agradezcamos la ocasión que nos proporcionan de ejercitar la caridad (cfr. Sig. I, 151,387).

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - TRAS UNA CUIDADA SELECCIÓN Y ADECUADA FORMACIÓN.

XI -TRAS UNA CUIDADA SELECCIÓN Y ADECUADA FORMACIÓN.

172. Quien se entrega al Señor con el deseo de vivir plenamente su vocación necesita recibir una formación adecuada para responder fielmente al llamamiento divino, al fin de la Iglesia y de las necesidades del mundo, según la peculiaridad del carisma jerónimo. Es un derecho inalienable que le corresponde por estar dotado de la dignidad de persona, que le exige lograr su propio fin.

173. La formación integral que se ha de dar a nuestros formandos comprende el desarrollo armónico de su personalidad como hombre, como cristiano y como monje jerónimo:

1) Formación humana: en la intención divina la naturaleza y las cualidades humanas están ordenadas a la plenitud sobrenatural y dispuestas para ser elevadas por la gracia. Hay que cultivar, pues, en los formandos las cualidades humanas de que Dios les ha dotado, pero resaltando, además del valor que tienen por sí mismas, la importancia que tienen para la mejor realización de su vocación monástica.

2) Formación cristiana: base también de la formación específicamente monástica es una sólida formación cristiana, fundamentada en las exigencias que el bautismo y la confirmación imponen y apoyada en la Palabra de Dios y en una sana teología, para que el formando vaya introduciéndose gradualmente en el conocimiento y la vivencia del misterio de la salvación y haciéndose cada día más consciente del don de la fe.

3) Formación monástico-jerónima: es decir una formación que les haga ver al monje como un cristiano que trata de vivir sólo para Dios, con la gracia del Espíritu Santo, en la radicalidad del Evangelio y retirado del mundo; y la vida monástica como exigencia y complemento de una intensa vida cristiana, consecuencia lógica de una vida teologal que quiere llegar a su cumbre. Todo ello según el espíritu jerónimo.
174. Esta formación ha de orientarse en función de la vida; de la vida de fe, de la vida de amor, de la vida de oración, del ejercicio de virtudes. La formación debe aspirar a suscitar en nosotros un deseo ardiente de ver a Aquel en quien se cree, pero que permanece en la oscuridad. Tiende en definitiva a profundizar y esclarecer nuestra fe, fundamento de la contemplación.

175. Los estudios han de hacerse a la luz de la fe y bajo la dirección del magisterio vivo de la Iglesia -a la que le ha sido confiado el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral y escrita-, de modo que los formandos reciban con toda exactitud la doctrina católica de la divina Revelación.

176. Para que la opción por el monacato se haga con garantía y, una vez realizada la elección la respuesta a la llamada de Cristo se mantenga firme y en línea de progreso hasta presentarnos al Padre perfectos en Cristo (cfr.Col 1,28), hay que exigir en los candidatos un mínimo de madurez humana y un desarrollo cristiano fundamental.

177. Esto pide una conveniente y cuidadosa selección de candidatos que asegure en la medida de lo posible:

 

1) la motivación verdaderamente sobrenatural de su vocación como indicio de la llamada de Dios:

2) un sujeto apto para madurar y desarrollarse, a fin de que pueda llegar a la unión interior con Dios:

3) un sujeto educable, es decir, capaz de asimilar los valores formativos que exige la vocación contemplativa y, en su caso, además la sacerdotal.
178. Para la admisión de candidatos se han de tener en cuenta los requisitos del derecho universal y propio.

(D88) 1/ Quedando a salvo los requisitos del derecho, para la admisión de candidatos, téngase en cuenta además:

1) La edad mínima de ingreso será de dieciocho años. La máxima, de cuarenta años, a no ser que esta circunstancia, a juicio del capítulo, se vea suficientemente compensada por otros valores.

2) Al que ha estado en otro instituto religioso, o pide el traslado desde él, o ha salido de otro monasterio de la Orden aunque sólo haya sido postulante, no se le admita fácilmente. En estos casos se requiere además la autorización del Padre General, con consentimiento de los definidores, si se trata del tránsito de otro instituto.

(D89) 2/ Antes de su admisión en el noviciado, los candidatos deben presentar certificado de bautismo y de confirmación, así como de su estado libre.

(D90) 3/ Si se trata de recibir a clérigos o a aquellos que hubieran sido admitidos en otro instituto de vida consagrada, en una sociedad de vida apostólica o en un seminario, se requiere además, respectivamente, un informe del ordinario del lugar o del superior mayor del instituto o sociedad, o del rector del seminario.

(D91) 4/ Además en algunos casos puede ser necesario pedir también otras informaciones, incluso bajo secreto.

179. Seamos conscientes de la grave responsabilidad asumida por la comunidad al recibir a un aspirante o al aceptar la profesión de quienes Dios y la Iglesia nos confían. Esta responsabilidad nos compromete a todos, principalmente a los superiores, ante Dios, ante la Iglesia, ante el mismo monje y ante la sociedad.
181. El tiempo de formación fundamental comprende el postulantado, el noviciado y la escuela de nuevos.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - POSTULANTADO

XII – POSTULANTADO

182. El postulantado se orienta principalmente a comprobar y, en caso necesario, a completar el mínimo de formación humana y espiritual que se requiere para el noviciado.

(D92) El postulante vestirá el uniforme que sea costumbre en el monasterio.
183. La admisión al postulantado corresponde al padre prior, previa consulta a su consejo. Sin embargo, necesita el consentimiento del capítulo:

1) cuando el aspirante esté afectado de un notable defecto físico;

2) para la admisión de quien es o ha sido novicio o profeso de otro instituto religioso.

184. Durante este tiempo el postulante estará encomendado al maestro de novicios.

185. La duración de esta probación es diversa según los casos a juicio del padre prior, previa consulta al maestro de novicios. No obstante, esta prueba, para que sea verdaderamente eficaz, no debe durar menos de seis meses ni exceder normalmente los dos años.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - NOVICIADO

XIII – NOVICIADO

186. Superada la prueba del postulantado, a juicio del padre prior con el consentimiento de su consejo, el postulante comienza el noviciado.
(D93) Al comienzo del noviciado, al que ha de preceder cinco días completos de ejercicios espirituales, se celebra el rito de iniciación a la vida religiosa, en el que el postulante viste el hábito de novicio.

187. El noviciado tiene como objeto principal que el novicio aprenda las exigencias esenciales y primarias de nuestra vida monástica y que, en orden a conseguir la perfección de la caridad, se ejercite en la práctica de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, a fin de prepararle para hacer la profesión de una, manera consiente y responsable.

188. 1) La finalidad del noviciado exige que los novicios se formen bajo la dirección de un maestro, según el plan de formación de que se habla en el número 180.
2) El gobierno de los novicios se reserva en exclusiva al maestro, bajo la autoridad del padre prior.

3) El maestro de novicios, designado por el padre prior, oído su consejo, ha de ser un monje sacerdote y de votos solemnes, competente para el oficio que se le encomienda, y estar acreditado por su buen espíritu y su amor a la Orden. Debe estar libre de todas las ocupaciones y oficios que le impidan cumplir fielmente su cometido. Para que el padre prior, en casos excepcionales, pueda ser maestro de novicios se requiere el consentimiento de su consejo.

(D94) 1/ Si en algún momento el noviciado no puede realizarse adecuadamente en el propio monasterio, o par falta de maestro competente, o por escaso número de novicios, el Padre General puede autorizar e incluso en algunos casos ordenar que los novicios pasen al noviciado de otro monasterio que reúna mejores condiciones. Respecto de las casas nuevas téngase en cuenta lo que se dice en el n.246,4 de las Constituciones.

(D95) 2/ Si estas circunstancias fueran muy frecuentes y en diversos monasterios, a juicio del Padre General con el consentimiento del Definitorio y oídos los priores, puede ordenarse la constitución de un noviciado común, bajo la dirección de un maestro nombrado por el Definitorio. Dado el caso , establézcanse las normas oportunas que regulen las relaciones entre el noviciado y el Padre General, entre el padre prior y el maestro y entre el maestro y los novicios con sus respectivos priores.

(D96) 3/ La separación entre el grupo de los novicios y los demás miembros de la comunidad consistirá más bien en evitar las relaciones personales con los monjes que no los tienen a su cargo y las que no estén motivadas por razones del trabajo y de las recreaciones.

189. La duración del noviciado será de dos años; el primero a tenor del derecho; en el segundo, los novicios pueden dedicarse con moderación y sin abandonar la disciplina y formación religiosa propia del noviciado, a prepararse para los estudios posteriores, debiendo en todo caso abstenerse de todo estudio dos meses antes de la profesión para mejor disponerse a ella. la admisión a este segundo año compete al padre prior con el consentimiento de su consejo y consultado el capítulo.

(D97) 1/ A tenor del derecho, para su validez, el noviciado debe durar doce meses transcurridos en la misma comunidad del noviciado. La ausencia por más de tres meses continuos o con interrupciones, de la casa del noviciado, hace que éste sea inválido. La ausencia que supere quince días debe suplirse.

(D98) 2/ E1 religioso de votos perpetuos que viene de otro instituto religioso tendrá un tiempo de prueba y formación, antes de la profesión solemne, no inferior a tres años desde que ingrese en el monasterio.
190. 1) Dentro del tiempo del noviciado, el novicio puede abandonar libremente el monasterio o el prior, oído el parecer del maestro y su consejo, despedirle por cualquier causa justa.

2) Un mes antes del término del noviciado, tras los oportunos informes, el padre prior proponga al capítulo la admisión del novicio a la profesión. Si es admitido, cumplidos los dos años, a no ser que se le anticipe, pero no más de quince días, emite su primera profesión. Pero si queda alguna duda sobre su idoneidad, el prior con el consentimiento de su consejo, puede prorrogar el tiempo de prueba pero no por más de seis meses.

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - ESCUELA DE NUEVOS

XIV – ESCUELA DE NUEVOS

(Se llama nuevos a los Profesos temporales).

191. La naturaleza misma de la formación y sus exigencias imponen un periodo de tiempo destinado a la profundización y perfeccionamiento de la formación, que ha de realizarse en la llamada escuela de nuevos.

192. Para esta tarea formativa, los estudiantes deben ser confiados a un monje idóneo -el prefecto de nuevos-, que debe reunir las mismas cualidades que el maestro de novicios (n.188,3) y, como él, tiene los mismos derechos y deberes respecto a los nuevos.

(D99) Si en algún monasterio no se puede dar debidamente la formación propia de este periodo, se tendrá en consideración lo que se ha dicho, al mismo respecto, acerca del noviciado (cfr.n.94).

193. En cuanto a la duración téngase en cuenta el n.24

PRIMERA PARTE - Vida y gobierno de los monasterios - ESTUDIOS Y PROMOCIÓN A LAS ORDENES SAGRADAS

XV – ESTUDIOS Y PROMOCIÓN A LAS ORDENES SAGRADAS.

194. El monje que de señales de verdadera vocación sacerdotal en la vida contemplativa, a juicio del padre prior, podrá ser admitido al estado clerical, siempre que se le considere idóneo, no tenga impedimento canónico y, al mismo tiempo, de garantías de que desempeñará dignamente las cargas y deberes sacerdotales dentro del monasterio y según las Constituciones.

195. Los monjes llamados al sacerdocio, después de emitir la profesión solemne, completarán sus estudios a tenor de las disposiciones de la Santa Sede y de nuestro derecho propio.

196. La promoción a las órdenes se hará según derecho, requiriéndose además la amonestación al capítulo y al consejo para que manifiesten privadamente su opinión acerca de esta promoción. Las dimisorias serán entregadas por el padre prior del monasterio de su filiación.

SER MONJE HOY

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Es, pues, conveniente, obedecer a los mayores, escuchar a los perfectos y, después de las reglas de las Escrituras, aprender de otros la senda de la propia vida, y nunca seguir al peor maestro, es decir, a la propia presunción. (Ep 130, 17)

SAN JERÓNIMO