La formación, bajo la responsabilidad del Maestro, buscará profundizar el carácter, espíritu, finalidad, disciplina, historia y vida de la Orden de san Jerónimo reflejados en la Regla de san Agustín, en las Constituciones y en las Declaraciones.
El formando se compromete a seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más de cerca; aprende -pues- las exigencias esenciales y primarias de nuestra vida monástica y, en orden a conseguir la perfección de la caridad, se ejercita en la práctica de los consejos evangélicos, la vida comunitaria,
la oración asidua, la soledad, el silencio y la animosa penitencia, de acuerdo al derecho universal y propio, para prepararse consciente y responsablemente a la profesión.
Desde esta perspectiva se ha de presentar la doctrina de los votos conforme a la clasificación de los documentos oficiales:
Por medio de una profunda e íntegra educación en la fe hemos de adquirir una conciencia muy viva de la responsabilidad común en la marcha de la comunidad y en el bien de los demás hermanos, desde nuestro propio lugar, atribuciones y fuerzas. Nuestra consagración a Dios en la Orden de san Jerónimo nos compromete a tener en cuenta ciertos aspectos peculiares:
Hemos de formarnos mediante un diligente estudio orientado principalmente a fomentar un amor suave y vivo hacia la Palabra de Dios, que nos ayude en nuestra vida de oración. Es necesario sensibilizar al formando con el sensus fidei, presentándole ante todo los clásicos de la tradición monástico- patrística. Ábrase el espíritu de los formandos toda la historia monástica concediendo el primer lugar a la Orden de San Jerónimo y al monasterio propio.
Ya que la celebración de la Liturgia de las Horas es nuestra primordial obligación, el interés por el Oficio Divino es un signo de vocación jerónima.
Es necesaria una progresiva y sólida formación al respecto, con la ayuda del Espíritu Santo, para cultivar con asiduo empeño el espíritu de oración y la oración misma teniendo presente que san Jerónimo indica que la oración debe llenar nuestros días e interrumpir nuestras noches. Esta oración continua exige perseverancia, entusiasmo y espíritu de silencio.
Se impone por sí misma una formación al ritmo y estilo del trabajo monástico tanto manual como intelectual; se trata de pasar de una mentalidad productiva centrada en el resultado, a un espíritu de servicio centrado en el uso del tiempo responsablemente conforme a la obediencia. Además, un trabajo serio y responsable en el que nos sintamos útiles a la comunidad es también una ayuda para la castidad, librando nuestro espíritu de peligros y ayudando a conservar el equilibrio interior.
Evítese recargar demasiado las actividades de la jornada; se ha de privilegiar todo aquello que favorece el orden, la paz y el espíritu de silencio.
Es necesario cuidar esta base en la formación inicial; por otra parte, este cuidado es sólo el principio de un camino que debe durar mucho más allá de los años de formación.